Se conocieron en el arenero, cuando todavía la silla les quedaba demasiado alta como para bajar de un saltito. Su amor era un secreto que delataban sus mejillas coloradas cuando se veían. Sus manos se separaban cuando alguien los miraba o cuando alguno de ellos mismos notaba que los dedos estaban entrelazados. Jugaban a la mamá y al papá, compartían los juguetes, pintaban juntos.
Pasó el tiempo, se cambiaron de colegio, terminaron el secundario, empezaron la facultad. Medicina ella, abogacía él. La nena de trenzas doradas se convirtió en una inteligente mujer, autosuficiente, independiente, hermosa y un tanto egoísta. El nene fue un vago todo el colegio, pero se puso las pilas en la facultad, sólo por una cuestión de que así levantaba más minas. Nunca fue el más lindo, pero siempre el más popular, demasiado agrandado pero simpático.
Se volvieron a conocer en un boliche, una noche de más alcohol que baile. No se reconocieron. Él la agarró de la mano y ella dijo que no -nunca decía que sí en un primer intento-. Bailaron, se besaron, se separaron, se fueron. No se dieron la mano, era mucho para él. No compartieron nada, a ella ya no le gustaba compartir. ¿La mamá y el papá?, no, eran demasiado chicos para eso. ¿Novios?, no, el tenía pánico al compromiso y ella tenía muchas cosas en qué pensar antes que en eso.
Parece que para el amor no hay que ser grandes, sino aprender a ser chicos.
Lo que estaba esperando!
ResponderEliminarTe juro que me los imagino...
Él, un croto de la vida, un sin ganas, un sexo-drogas-rock&roll...
Ella, mujer implacable, apasionada, pero fría con ganas.
Qué triste cuando las cosas terminan así...
Te quiero!
Y YA VOY A SALIR CON EL LANZALLAMAS... Acordate!
qué lindo
ResponderEliminarLindo mensaje. Lindo.
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