Una llamada telefónica seguida por quince días de nervios totales, sin dormir, sin comer, sin pensar. El miedo a esas cosas que me salen en la piel cuando estoy histérica y que por suerte esta vez no se animaron a aparecer. El inglés que no es mi fuerte salvo cuando tengo que hablar con alguien interesante y se me prenden todas las luces. Horas y horas talking about nothing que, por desgracia, no se dice "talking about nothing". Diarios de todo el mundo, nombres de presidentes de países que nunca supe que existieran, fechas que no pensaba recordar y todo lo que sea que pudiera llenar la amplia categoría de background. Nunca iba a ser suficiente, pero mi computadora decidió dejar de funcionar a las 12 y media de la noche indicando que tenía que dormir. Enseguida se hizo la hora de irse, con los correspondientes saludos y deseos de suerte. Un nudo en la garganta en el camino con los nervios a punto de salir en forma de lágrimas. No, no, no. ¿Por qué no habré ido a yoga alguna vez? El ommmmm no sirve así solito. Llego diez minutos antes, por primera vez en mi vida. Caen "los otros" y nadie le desea suerte a nadie por las dudas que funcione. Entramos a la sala "Aconcagua" y pienso que ahí debería hacer el frío que necesito para bajar los nervios que se traducen en sofocante calor, pero no. De pronto me siento como dentro de la obra "El método Gronholm" donde una persona me hace preguntas con cara de simpático mientras otros diez me están mirando a través de las paredes esperando que me equivoque. ¿Café?, sí. ¿Agua?, sí. Una de "las otras" mantuvo las tres horas su cara de superada, el flaco que estaba con ella creía que se las sabía todas y el que se sentó al lado mío parecía que había entrado al tren fantasma. En fín, habrá que esperar. I did my best.
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¡Suerte!
ResponderEliminarEse puesto es casi suyo.
Querida, sea lo que sea, que sea. Te va a ir bien.
ResponderEliminarY por la cuestión yóguica no te preocupes: no sirva para nada.