
El cajón vacío es el símbolo de la partida. Se tiran esos papeles que están ahí juntando tierra hace meses "por si alguna vez los necesito". Saco la taza que me acompañó cada día y que alguna que otra vez provocó peleas con mi compañero de banco. Me la llevo a casa, pero siempre va a ser de acá. Guardo el CD de esa banda del Oeste que nunca escuché, el platito y los cubiertos, el mapa de MI zona. Me quedo con los recuerdos, tantos mates y cafecitos -lo más difícil era conseguir la bendita moneda-, los almuerzos en el cuartito, el frío en pleno verano y el calor en invierno, las charlas sobre hombres y amor, las discusiones sobre temas existenciales que nunca tendrán respuesta y las peleas perdidas a la hora de decidir la música que se escuchaba -hasta lograron que me gusten Los Redondos-. La última cartelera, la última nota, el último vecino, el último saludo, el último beso y este nudo en la garganta que funciona como dique a mis incontenibles lágrimas.











Empecé a armar un castillo en la arena. Primero lo pensé, decidí el lugar, el tamaño, la cantidad de columnas. Tenía que tener una muralla sin duda. Cuántas veces ya me lo habían tirado las olas. A pesar de estas experiencias, una vez más lo hago cerca del mar. Y sí, el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra, aunque yo diría que muchas más.Siempre está el que casi te lo pisa, pero a último momento salta, o el perro que pasa corriendo demasiado cerca. Pero nada lo derrumba. Está casi terminado, sólo faltan los caracoles. Siempre me olvido de juntarlos antes de empezar. Voy a buscarlos, pero cuando vuelvo, el castillo ya no está. El agua se lo llevó. Las murallas tan altas y fuertes que había construido, resultó que eran sólo de arena.Así es la vida, cuando uno tiene el castillo casi terminado viene una ola y lo tira. Y uno se queda ahí, mirando al mar, con los adornos en la mano y piensa: la próxima lo hago un poquito más lejos. Quizás alguna vez lo termine. 