Siempre me costaron los finales. Y así ando por la vida con un montón de historias a medio terminar, algunos libros marcados en el anteúltimo capítulo y ciertos amores que van y vienen porque nunca terminaron de irse, porque nunca los dejé ir. Las remeras nuevas que no van a reemplazar el lugar de las viejas en el placard, y así hasta que un día me doy cuenta de que más que un placard parece el arcón de los recuerdos. Quiero otras historias, otros libros, otros amores, pero es tan difícil poner punto aparte y arrancar otro capítulo sin el sabor de que el anterior quedó inconcluso. Me gustaría poder encarar nuevas cosas sin necesidad de dejar las anteriores pero no siempre se puede. Entonces lloro y pataleo, y busco la forma de ir por el medio de los dos caminos para ir un poquito por cada uno. Todavía no aprendo que de esa forma se termina no estando en ninguno.
Para solucionar mi dilema con los finales decidí que podía empezar ordenando el placard -con la ayuda de mi hermana que siempre tiene una buena razón para hacerme tirar y regalar las cosas que me quiero quedar aunque no sirvan- y todo iba bárbaro hasta que encontré una carta. Justo esa carta.
Amores con finales abiertos 1 - Princesa Scarlatta 0